viernes, noviembre 18, 2005

COMPETIR O PLANIFICAR

La agresiva política exterior que ha llevado el Estado Dominicano en la última década, al abandonar el tradicional “mirar hacia adentro” por “mirar hacia fuera”, ha importado no solo los beneficios que se corresponden a la marcada orientación hacia las economías mundo, también ha generado interrogantes acerca del futuro de la planificación territorial y urbana.

Parecería ser que en un contexto de creciente globalización comercial y de grandes movilidades de capital extranjero, el desarrollo dependería cada vez mas de factores exógenos. Si bien es cierto este razonamiento, tambien deberíamos estar de acuerdo en que sin soslayar aspectos exógenos de la naturaleza del desarrollo, las regiones y las ciudades pueden ser un complemento endógeno a esta tendencia, dando al contexto urbano un papel decisivo en la competitividad de las unidades económicas nacionales insertas en la globalización.

Sin embargo, a pesar de que la mundialización de la economía presenta oportunidades para el desarrollo de nuestro país, provocando que las personas y comunidades actúen en mercados mas amplios y que los fondos para inversiones en sus asentamientos provengan muy a menudo de fuentes internacionales, no es menos cierto que la diferencia entre ricos y pobres se ha acrecentado generando la necesidad que se adopten medidas que creen un entorno urbano que en su aspecto físico, social y económico sea mas equitativo y favorable.

La incansable construcción de elevados, túneles, autovías, puentes, megapuertos y parques cibernéticos, que ha acompañado nuestro adoptado modelo de pensamiento, va muy a tono con la competitividad internacional entre centros urbanos impuesta por la sociedad global. Sin embargo, si bien es cierto que no sería posible el desarrollo local sin una agresiva inversión en infraestructura moderna, no es menos cierto que ha sido una creencia generalizada el hecho de considerar que la sola construcción de infraestructura es un desencadenante del desarrollo. La planificación física, tan vapuleada como consecuencia de experiencias neoliberales extremas en países en vía de desarrollo ha sido reemplazada por una inercia atropellante en las decisiones que atraen proyectos de inversión inmobiliaria o de infraestructura. Hemos puesto el énfasis en la falta de recursos de inversión, déficit de infraestructura, y no en un déficit de planificación que si bien es importante para el sector público, resulta indispensable para la participación del sector privado nacional, e internacional en proyectos de desarrollo local.

No hablaremos en este contexto de la oportuna discusión del Metro y otros proyectos de infraestructuras impuestos a priori sobre nuestros territorios urbanos, por entender que la discusión ha sido llevada a la fácilmente justificable solución técnica, cuando en realidad la problemática de este procedimiento de decisiones se verifica en la tradición faraónica de nuestra política local. Es posible que esta tradición haya sido efectiva en el siglo pasado, pero en la actualidad, la complejidad derivada de estos proyectos sin planificación hace que el gasto a pagar por su evidente insostenibilidad sea mayor que el beneficio obtenido a muy largo plazo, sobre todo en términos políticos.



La realidad urbana latente que vivimos cada día muestra que el proceso de desarrollo se ha ido produciendo como resultado de consecutivas decisiones a corto plazo, empujadas por una obsesión de hacernos atractivos al primer mundo. Sin embargo esta opción nos parece poco factible en el caso de decisiones que involucran infraestructura, sobre todo en un marco de globalización. Un mecanismo que parece deseable es el de la participación social organizada y sobre todo informada. La discusión informada nos permite internalizar en la sociedad los pros y contras de tomar opciones globalizantes, sus costos y beneficios y cuales estamentos se deben ejecutar a corto o largo plazo. Es tambien una manera de madurar como sociedad y hacernos mas responsables de la historia que vamos a construir.

El objetivo central de las políticas locales de desarrollo urbano, debiera ser, conseguir que las ciudades ( en este caso los municipios ) puedan hacerse cargo del destino de sus recursos, de acuerdo con los intereses de la población local, lo cual no implica contradecir los macroobjetivos de un desarrollo regional. De esta manera se puede empezar a resolver el profundo dilema entre la competitividad y la solidaridad, resultando obvio que ambos conceptos forman parte de un nuevo paradigma integrador, la “coopetitividad”. Al fin y al cabo son las comunidades locales las que convivirán largos años con los efectos directos de la inercia en la improvisación de los proyectos que se realizan sobre sus ciudades y regiones.

Es definitivo que nuestras opciones se han ampliado, que la discusión de la problemática de la planificación ha alcanzado un protagonismo adecuado, y que cada vez mas alimentamos la esperanza del fortalecimiento de los gobiernos locales. Pero no es menos cierto que continúa siendo amenazador el canto de sirenas y aterrorizante “la máquina que ha abandonado el maquinista y corre ciegamente por el espacio”, como poéticamente implicaba Octavio Ianni en Teorías de la Globalización. Tampoco deja de ser menos difuso el horizonte en el que podamos comprender o exorcizar las utopías que florecen en la sociedad global, que unas veces pueden ser esperanzadoras y otras amenazadoras de toda participación verdaderamente ciudadana.